Se le escapó una sonrisa: al mismo tiempo que él le tenía la
mano cogida y terminaba de decir “vámonos”.
Ella era de tez blanca; tan blanca como la nieve recién
caída. Pero era bonita. Muy bonita. Su piel contrastaba con el oscuro cabello
rizado que tenía. Siempre lo llevaba suelto. Era la envidia de muchas niñas.
Relucía a todas horas. Tenía pecas y unos ojos azules preciosos. Sus ojos parecían
de cristal. Y, además, se le formaban unos hoyuelos cuando reía que
conquistaban. Era muy tímida y callada. Provenía de una familia rica. Sus
abuelos tenían mucho dinero. Pero ella; ella era diferente. Ella no se sentía
reflejada con su familia. Ella no era como ellos. O eso es de lo que se dio cuenta
cuando conoció al chico que le cambiaría.
Le cambió un simple chico pelirrojo poco atractivo para el
resto de chicas. Excepto para ella. Aunque, al contrario de ella, era tan sólo
uno de los ocho hermanos de una familia pobre. Pero, lo que la joven no sabía,
es que todo lo que tenía se lo daba. Era distinto a los demás chicos con los
que ella había estado.
Mientras que para él ella era la primera chica; él era para
ella el décimo. Mientras los demás chicos invitaban a la joven a banquetes carísimos,
él le regalaba flores recogidas de su propio jardín. Mientras que ellos le
envolvían sus mentiras con envoltorios de diamantes, él le decía verdades desnudas.
Mientras que ellos la perdían, él daba un pasito más.
Y por fin se decidió a dar el salto al vacío que tanto había
soñado. Ella decidió hacer su propia vida, sin tener en cuenta lo que su
familia le decía. Su propia vida era a su lado. Al lado del hombre que le hizo
darse cuenta del valor del sentimiento, y no del valor de las palabras. Era al
lado del chico pelirrojo que nadie quería. Él, le cogió la mano y la dijo: “vámonos”. Ella asintió con la cabeza
mientras decía adiós a su anterior vida.
