Me sentía vacía. Tan vacía por dentro como una muñeca de
plástico. Y no por falta de sentimientos. Era esa sensación aterradora. Era una
sensación horrible. No se la recomendaba a nadie. Me sentía sola, sin rumbo.
Como si de la noche a la mañana todos mis planes se hubieran ido a la mierda.
Como si no siguiese un plan. Que la idea que tenía antes de ayer de ‘Si no me
sale el plan A, probemos con el plan B’ ayer no estaba en mi mente. Como si mi
mente hubiera decidido descansar. Como si quisiera dejar de pensar en la
realidad. No me encontraba triste. Pero tampoco alegre. Es como si hubiera
querido hacer off y desconectar.
Sufría. Pero sufría en silencio. Y siempre lo había hecho
así. A veces estaba triste pero sonriendo. Y otras veces… Pues otras veces ni estaba.
Lloraba. Sí, a veces lloraba. Pero, ¿y qué? ¿Acaso tú no lloras? Pero ya no. Se
acabaron. Sonreía por nada. Lloraba por nada. Vivía por nada. No tenía un
camino firme. Había dejado de andar. Porque andar significaba sufrir. Y sufrir
significaba que cada día se iba un trocito de mí.
Pero menos mal que existen esas personas. Que existen esas
personas que creen en ti. Personas que están orgullosos de ti. Personas que te
entienden. Personas que hacen que tu día a día sea, al menos, un poquito mejor.
Personas que recolocan tu vida hecha puzzle; y, te ayudan a encontrar la
siguiente ficha. La ficha de un puzzle, que tú mismo creías que no tenía
solución. Pero no es así. Ellos la han encontrado. Me han dado un empujón hacia
delante. Han encontrado la ficha que, personas, no me dejaban ver. Personas,
que me tapaban los ojos con una venda, y me hacían ir hacia atrás. Pero ahora,
ahora, mis miedos se han ido. Mis miedos se han ido y yo he vuelto con el doble
de fuerzas. Con el doble de fuerzas, el doble de ganas y el doble de ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario